6.22.2007





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Artículo del mes

El trabajo es un obstáculo para la maternidad, no al contrario Las «madres insumisas» confían en el saber de sus cuerpos para parir y criar, se enfrentan al sistema sanitario y asumen prioridades 





INÉS GALLASTEGUI/ GRANADA SOCIÓLOGA. Isabel Aler, ayer en Granada. / JUAN ORTIZ

 La profesora titular de Sociología de la Universidad de Sevilla Isabel Aler (Barcelona, 1960) pronunció ayer en el auditorio de la Caja Rural la conferencia 'Maternidad e insumisión', invitada por el grupo de apoyo a la lactancia materna Mamilactancia. Aler explicó qué es el movimiento de «madres insumisas», «minoritario pero altamente motivado». Se trata, señaló, de mujeres que confían en la sabiduría de sus cuerpos para «concebir, gestar, parir y criar a sus hijos»; se enfrentan a los dictámenes del sistema sanitario sobre «cómo debe ser una madre adecuada»; se organizan para compartir su experiencia con otras madres; y, ante un mercado de trabajo que considera la maternidad como «un obstáculo», deciden que lo que es un obstáculo para una maternidad consciente es el mercado de trabajo, y asumen «prioridades vitales».

 La socióloga explicó que en España la maternidad es «un hecho social crítico». «En los últimos treinta años ha habido una disminución drástica de las tasas de maternidad en un 50% y un aumento drástico del intervencionismo tecnológico en los procesos de concepción, gestación, parto y crianza de las criaturas».

 En ese contexto, dijo, muchas mujeres se han rebelado frente al modelo patriarcal de madre «resignada, sumisa, desautorizada, cargada de trabajo...». A su juicio, el feminismo actual, cuya lucha tanto ha contribuido a poner los pilares de una maternidad elegida y no impuesta, está ahora «un poco parado» ante el hallazgo de que ser madre no sólo no supone un lastre, sino que es una vía fundamental para la liberación de las mujeres y motor de cambio social.

 Del miedo al deseo

 Isabel Aler expuso una serie de «co-razones» -una palabra acuñada por ella misma con la que que designa algo así como motivos tanto racionales como emocionales- para hacer el viaje «de la maternidad patriarcal a la maternidad alternativa».

 Algunas mujeres han pasado «del miedo al deseo de ser madres» y han asumido el protagonismo en un proceso, de la concepción a la crianza, donde exigen ser «respetadas y no negadas». Están pasando «de la desconfianza a la confianza en la sabiduría corporal», frente a una sanidad tecnologizada que contempla el embarazo y el parto como si fueran ajenos al cuerpo femenino. Y transitan del «entreguismo» al «enfrentamiento selectivo» con el sistema sanitario, que a veces actúa «en alianza con los intereses del mercado», por ejemplo en el tema de la lactancia materna.

 Por otro lado, las «insumisas» están creando «espacios sociales cualificados» , como los «grupos de ayuda madre a madre, que se movilizan social y políticamente para la recuperación del parto y de las formas de crianza natural».

 Aler rechazó la consideración de la maternidad como «un obstáculo para la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo», ya que obvia que la maternidad es «la matriz de las relaciones sociales». «El mercado de trabajo, tal como está -androcéntrico y precario- es un obstáculo para la labor más importante, que es la reproducción de la vida». Así, muchas mujeres trabajadoras deciden prolongar su baja maternal y «hacer malabarismos para dar prioridad a su momento de crianza, con muchas renuncias».

 Hacerse la sueca

 Eso no significa que no sigan reclamando al Estado la ampliación del permiso por maternidad y la implantación de un salario básico «para las madres que se dedican a la crianza, que es un trabajo ímprobo». Hoy por hoy, resaltó, el mejor modelo es el sueco: frente a las 16 semanas de baja que disfrutan las españolas, las suecas tienen un año de permiso retribuido, con opción a otro año más sin salario pero con reserva del puesto de trabajo.

 Aunque juzgó «fenomenal» que se amplíe el permiso paternal, Aler opinó que el padre puede ayudar, pero no sustituir a la madre en esos primeros días de vida. La dependencia del niño hacia el cuerpo materno, recordó, dura nueve meses dentro y nueve fuera